Juan Eloy Barrios Moro  -  Más sobre educación

 

2002

 

Recuerdo que hace unos años, veinte aproximadamente, comenzó una especie de moda entre los padres: sobreproteger a los hijos. El motivo que alegaban era que los castigos y las riñas traumatizarían a los niños, que para sufrir ya tendrían tiempo a lo largo de la vida.

A los niños se les consentía todo; las normas de educación quedaron en el olvido. Recuerdo que si estabas en el velador de una cafetería, los niños correteaban alrededor de las mesas, incluso con bicicletas, patines y demás juguetes. Eran los primeros en servirse si había algo para picar. Con el beneplácito, si no complicidad de los padres que no decían esta boca es mía, o a lo sumo, para alabar las gracias de sus hijos. Los maestros pasaron de tener razón casi siempre a no tenerla nunca y, para algunos padres, eran una especie de seres que poblaban la tierra para molestar a sus hijos con exigencias y riñas. Los niños se aprovechaban de ello. Por supuesto, se acabaron los castigos.

El resultado fue que cada vez los niños eran más insolentes y respondones. Se les permitía interferir en las conversaciones de los adultos. Llegaban a tomar por asalto las casas ajenas durante las visitas. Se mostraban exigentes y obcecados para ser obsequiados con dulces y golosinas. Todo ello a la voz de los padres que decían “qué gracia tiene mi hij@".

Pasó el tiempo y esos niños se convirtieron en adolescentes. Comenzaron a ir a los institutos y colegios. Los profesores eran unos enemigos o bien unos seres destinados a sufrir burlas, insultos, desaires y vejaciones.

No voy a decir que todos fueran así, pero lo malo es que casi siempre estos sujetos eran los más populares de la clase. Los demás, en el mejor de los casos, les dejaban hacer, cuando no les reían las gracias. Los profesores estaban vendidos; ningún claustro se atrevía a imaginarse siquiera la posibilidad de una expulsión: había que enfrentarse con los padres. Tampoco se podía suspender porque entonces se masificarían los cursos inferiores. Además, de vuelta con los padres: “a mi hij@ le tienen manía”. El resultado de todo esto fue el envalentonamiento de estos adolescentes que llegaban, en algunos casos, al insulto, la amenaza e incluso a agresiones.

Por esos tiempos aparecieron dos fenómenos sociales que vinieron a rematar la faena: la movida y las motos.

La movida con botellón... y drogas, que producían una especial euforia entre estos jovencitos, descubriendo un nuevo deporte de masas: destrozar o quemar el mobiliario urbano o los coches aparcados y despertar a todo hijo de vecino por donde pasaban con sus cánticos y voces.

Pasados otros años, estos adolescentes, con toda su carga de falta de educación y fracaso escolar, entraron en el mercado laboral. Al mejorar sus condiciones económicas, accedieron a los coches, a la discoteca y a la coca. Resultado: es un peligro salir de casa y conducir a determinadas horas de la noche. Los hospitales aumentaron los cuidados por comas etílicos, intoxicaciones por drogas, heridos en peleas y accidentes de tráfico. El verano pasado, en el Centro de Salud de Matalascañas hubo que atender a más de ciento sesenta heridos en una sola noche por una de esas peleas. Al médico de guardia le dio un infarto.

Actualmente nos toca sufrir las consecuencias de los actos de este tipo de gente. Además, parece que les han salido imitadores por doquier, con lo que se va deteriorando la convivencia ciudadana; sobre todo en lo que se refiere a comunicación, seguridad de todo tipo, suciedad, ruido, insolencia y falta de solidaridad.

No sé si viene mucho al caso, pero te voy a contar una desgraciada anécdota sobre la catadura moral de ciertos padres.

Aquí en Huelva, durante el verano, se acoge a un número de niños serbios o musulmanes para que pasen un par de semanas en un ambiente diferente al de su tierra. Todo empezó en la época de la guerra, y se mantiene hasta nuestros días.

En el verano del 2001, estando un día en el velador de un bar con mi esposa y unos amigos, en una mesa próxima se sentó un matrimonio con dos hijos y una niña bosnia. Los hijos eran extremadamente maleducados, exigentes y respondones. Pidieron algo para cenar. Cuando le pusieron delante un plato con unos filetes y unas patatas fritas, la niña bosnia preguntó si era cerdo. Lo hizo mediante señas y sonidos, ya que no hablaba español. Los adultos contestaron, haciendo también sonidos onomatopéyicos, que era “cua cua”, con lo que la niña se sintió satisfecha y comenzó a comer.

Los adultos, satisfechos de su hazaña, rieron y comentaron en voz alta “total no se entera de nada”. Estos patanes zampabollos tienen a su cargo la educación de sus hijos; y encima las autoridades encargadas les permiten tener a su cargo a una persona de otra cultura, que merece todo el respeto. ¿Es que no tienen en cuenta estas autoridades este tipo de cuestiones?

Como resumen, sólo me queda decir que lo que se empezó tan mal hace veinte años no tiene visos de mejorar. Aquellos niños son o serán pronto padres, y con la falta de educación que arrastran, miedo me da pensar cómo saldrán sus hijos. Aunque, eso sí, como han sido toda la vida insolentes y exigentes, también lo son con sus hijos dentro de casa... pero de puertas afuera, es otro cantar.

Si alguien quiere comunicarse conmigo estoy en:  eloeloy arroba hotmail punto com

 

Juan Eloy Barrios Moro...

La clave es la educación...