Bernat Joan iMarí - En torno del matonismo juvenil
(Ultima Hora, 10 de junio de 2005)
Cuando los de mi generación, la de los que vamos por la mitad de los cuarenta, éramos adolescentes, pululaban por los institutos unos personajes, que en mi parte del mundo solíamos nombrar «matones» o «abusones». Estos personajes, generalmente, suplían la falta de cerebro con el exceso de energía, y solían canalizarla en forma de fuerza bruta para hacer que los otros chicos hiciesen lo que ellos querían. Eso les daba sensación de poder y de control y ayudaba a compensar la frustración que les producía la falta de inteligencia y las calificaciones escasamente brillantes.
Me atrevería a decir que entonces estos «abusones» eran unos personajes no muy peligrosos, porque todo el mundo los tenía claramente localizados, no gozaban precisamente de estima social y, a su manera, se encontraban bastante marginadillos. Existía entonces, igual que ahora, una especie de pacto de silencio que hacía que los chicos no pudiesen hacer de chivatos y contar a los adultos las cosas que pasaban fuera de las clases. Si alguien «abusaba» de otro, normalmente no se delataba al profesor, ni se hacía nada para que fuera automáticamente castigado. Sin embargo, ciertamente, existían mecanismos correctores entre nosotros: el más importante de todos era el hecho de desprender una cierta solidaridad hacia los que recibían los abusos y marcar una cierta distancia, a veces muy sutil pero efectiva, hacia los que los practicaban. No quiero idealizar el contexto, de todas maneras, ni dar a entender que cualquier época pasada fue mejor que la actual. Ni mucho menos. También se podían dar situaciones de auténtico abuso, por parte de chicos muy agresivos que, a veces, no sólo tenían aceptación social sino que incluso constituían modelos de comportamiento para sus compañeros.
En cualquier caso, el estudio que ha presentado recientemente la Universidad de las Islas Baleares sobre el impacto del «bullying» en los centros de enseñanza de nuestra parte del mundo ha vuelto a poner el tema sobre la mesa. Y la trascendencia que han tenido un par de suicidios (Jokin en Euskadi y Cristina en Valencia) ha conferido a la cuestión un dramatismo inesperado (aunque no necesariamente inesperable).
Afrontar el tema del «bullying», en nuestra sociedad concreta, no será muy fácil, porque se dan toda una serie de circunstancias que hacen bien difícil ponerle remedio. Se ha de hacer, valga la expresión, una aproximación multilateral, porque existen factores muy diversos que pueden ayudar a provocarlo. Y hay algunos que no son especialmente tenidos en cuenta. Pensemos, por ejemplo, en el culto a la imagen, que se difunde fundamentalmente a través de los medios de comunicación de masas. Según Javier Elzo, probablemente el sociólogo más destacado del País Vasco, actualmente el 74% de las chicas, de mayores, quieren ser modelos o actrices. Y el 84% de los chicos quieren ser deportistas de élite. ¡Se ha acabado aquella época en la que uno quería ser médico, abogado, veterinario o farmacéutico! Y no ha sido sustituida por una nueva época en la que se opte por querer ser bioquímico, especialista en computación o programador neurolingüístico: hoy hay que ser Tom Cruise, Catherine Zeta-Jones o Rafel Nadal.
Paralelamente a la eclosión al culto a la imagen (que deja automáticamente a los feos, los gordos, los flacuchos o los pecosos fuera de combate), se ha disparado también el consumo de sustancias estupefacientes. Siguiendo con Elzo, en relación a hace una década, el consumo de cocaína entre adolescentes se ha multiplicado por cuatro. Si tenemos en cuenta que varios estudios demuestran que el mundo señoreado por la imagen, en el que vivimos, ya impele más a la violencia que no el mundo reflexivo de los libros (los chavales que se pasan el día delante del ordenador o delante de la tele tienen tendencia a ser más agresivos que los que hacen los deberes y de vez en cuando leen algún libro), nos podemos hacer una pequeña composición de lugar de las causas de algunas situaciones de violencia y de indisciplina en nuestros centros de enseñanza.
El psiquiatra Luis Rojas Marcos, director del sistema sanitario de la ciudad de Nueva York, pone de manifiesto la contradicción entre la concepción biológica de criaturas y la adopción de niños: para adoptar uno se deben seguir toda una serie de trámites que vengan a demostrar que quien adopta es una persona equilibrada, capacitada para educar una criatura, con una cierta madurez emocional y estabilidad psicológica. Para concebir biológicamente un hijo, en cambio, no se ha de demostrar nada de nada. Según Rojas, en los tiempos en que vivimos sería preciso sacar un carnet de padre o de madre, antes de tener hijos. Ya sé que todo eso constituye una simplificación y que la cosa es mucho más complicada, pero difícilmente podemos negar que hay un fondo de razón.
Probablemente, la explicación fundamental para la existencia de tantos padres irresponsables la da también Javier Elzo: en la franja comprendida entre los veinte y los veinticinco años hay pocos jóvenes y muchos adolescentes. La adolescencia se ha alargado extraordinariamente y, por lo tanto, nuestra parte del mundo está llena de gente inmadura que cría niños sin poder atenderlos adecuadamente.
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