Enrique Alvarez Cruz - Sobre el sol y las estrellas
La Vanguardia, 20 de septiembre de 1974
Un lector de Tagore: Si de noche lloras por el sol, no verás las estrellas.
Un espíritu poco sutil: ¿Qué quiere decir eso?
Un conformista: Eso quiere decir que es preciso conformarse con lo que se tiene, al menos si se aspira a la felicidad.
Un insatisfecho: Será a la felicidad del nirvana. El que se conforma con lo que tiene, el que no busca otras cosas, no progresará nunca.
Un enemigo de las aventuras: ¿Y hemos de buscar el sol por la noche si queremos progresar? ¿No será eso como buscarle tres pies al gato?
Un espíritu aventurero: Quizás. Pero dígame una cosa. ¿Habría Colón descubierto América si no se hubiese aventurado en el Atlántico en busca de unas Indias que allí no podía encontrar? ¿Se habría llegado a desintegrar el átomo si hubiésemos seguido creyendo que era la última posibilidad de división de la materia?
Un poeta: Pero, dejando aparte su gran belleza poética, lo que en aquella frase inicial acaso se quería expresar es que para ser feliz resulta preciso aceptar en cada momento los propios límites. Durante la noche no podemos ver el sol, pero tenemos en cambio las estrellas.
Un hombre de edad madura: Lo que seguramente pensaba Tagore es que si en la noche de la vida se continúa pensando únicamente en la perdida juventud no se obtendrá partido alguno de la experiencia y la sabiduría.
Un espíritu fáustico: Por lo que a mí se refiere, cambiaría con gusto toda la experiencia y toda la sabiduría por la fuerza de la juventud.
Un psiquiatra: Pues ese me parece un camino seguro para alcanzar una vejez insatisfecha. Es como esos jóvenes que tampoco saben disfrutar del presente que poseen por estar pensando únicamente en el futuro.
Un ciego: ¿He de dar gracias, pues, por esta maravilla de no poder ver ni el sol ni las estrellas?
Un invidente resignado: Yo no diría tanto como dar gracias. Pero si además de no ver el sol ni las estrellas somos incapaces de buscarlos dentro de nosotros, poniendo en juego todos los resortes del espíritu, entonces es seguro que toda nuestra vida no será sino una larga noche.
Un agitador social: Todo eso, que a nivel individual puede ser aceptable, resulta muy peligroso a nivel social. Conformarse con lo que se tiene ha sido siempre la predicación de los que tienen mucho. A mí me parece perfectamente natural que ellos se conformen.
Uno de los que tienen mucho: Pues se equivoca, porque nosotros nos conformamos menos que nadie. ¿Por qué razón no iba a valer también para nosotros lo de que el que se conforma con lo que tiene no puede mejorar ni progresar?
Un reformador: Porque el inconformismo de los desposeídos acelera el restablecimiento de la justicia, mientras que el de los ricos y poderosos lo frena.
Un capitalista burlón: ¿Y de dónde se saca usted esa preferencia del acelerador sobre el freno? Yo veo que en los automóviles están uno al lado del otro para que se utilicen según lo aconsejen les circunstancias.
Un capitalista cínico: Y lo que yo digo es que en la vida hay muchas cosas más importantes que el dinero.
Un desheredado no menos cínico: Es verdad, pero lo malo es que todas ellas cuestan mucho dinero.
Un sacerdote preconciliar: ¡El dinero, el dinero! ¿Cuándo se darán cuenta los hombres de que, corriendo siempre tras el dinero, se olvidan del negocio que más debiera importarles, que es la salvación de su alma?
Un sacerdote contestatario: ¿Y cuándo se darán cuenta algunos sacerdotes de que esas exhortaciones a olvidar lo terreno han ayudado siempre a los poseedores de las riquezas, que no las olvidan, por cierto, ni un sólo momento?
Un creyente ingenuo: Ya serán castigados por ello. ¿No recuerda aquella parábola del rico, el paraíso, el camello y el ojo de la aguja?
Un escéptico: La recordamos, la recordamos. Lo que yo no recuerdo es ningún rico al que la preocupación del paraíso le haya hecho abandonar la búsqueda de las riquezas.
Un jeque árabe: Yo supongo que esa alusión al camello, cuando se estaba hablando de dinero, no será una indirecta.
Un despistado: ¡Pues, señor, es que no entiendo nada! ¿Qué habrá querido decir este del turbante?
Un diplomático occidental: Nos ha recordado, de un modo muy delicado por cierto, la estrecha relación existente entre las actuales dificultades económicas que atraviesa el mundo y el precio de ese petróleo que encontraron entre las arenas del desierto.
Un optimista: Yo no puedo creer seriamente que la sola elevación del precio del petróleo sea capaz de desencadenar una crisis económica como la que algunos políticos y economistas nos quieren hacer creer.
Un pesimista: Usted puede creer lo que mejor le parezca. Pero yo le digo que el mundo ha entrado en un período de vacas flacas y que el "crack" de 1929, que fue una de las causas de la segunda guerra mundial, va a parecemos en lo sucesivo un pequeño contratiempo sin importancia.
Un socialista: Nada de esto sucedería si la economía se hallase planificada a escala universal. Si las cosas ocurriesen de este modo, como sería justo, podría haber crisis reales, si alguna vez llegasen a escasear las materias primas, pero no podrían producirse estas absurdas crisis artificiales del capitalismo.
Un potentado árabe: Pero como la economía, afortunadamente, no está planificada a escala universal, es justo que los pueblos árabes se beneficien de un producto que se encuentra en su suelo y sin el que la actual civilización mecánica no puede andar.
Un funcionarlo del Mercado Común: ¿Los pueblos árabes? Si hubiese sido para beneficiar a éstos aún podría aceptarse esa elevación escandalosa del precio del petróleo. Pero, en aquellas oligarquías feudales, las ventajas no pasan del vértice. Los pueblos se han beneficiado tanto como yo.
Un compañero del anterior: ¿Estás loco, desgraciado? Si te oyen y vuelven a cortarnos el suministro de petróleo, no vamos a poder utilizar ni el mechero.
Un político europeo: De lo que los árabes parecen no darse cuenta es de que esta decisión que han adoptado, y que ahora les parece que va resolver todos sus problemas, puede precipitar la utilización de otras fuentes de energía, en cuyo caso lo que habrán conseguido es matar la gallina de los huevos de oro.
Un propietario de pozos de petróleo: Bueno, bueno, mientras ponen en marcha esas nuevas fuentes, que nos quiten lo bailado. ¿Quién nos quitará, por ejemplo, que el Sha de Persia haya adquirido una cuarta parte de la propiedad de la casa Krupp?
Un economista pusilánime: Me parece que en el futuro vamos a bailar todos muy poco. Porque si una cosa hay clara es que el capitalismo está enfermo. Basta observar la inflación galopante que afecta a casi todos los países de la tierra.
Un economista lúcido: ¿Y quién dice que la inflación sea una enfermedad del capitalismo? La inflación no es más que su válvula de escape. Es el mecanismo de que los capitalistas se valen para defenderse de las erosiones que les causa la justicia social.
Un campesino: Pues no me he enterado de nada. Claro es que yo, cuando oigo hablar de economía, es como si oyera hablar en sánscrito.
Un obrero: A mí me ocurre lo mismo. Pero es que eso lo entienden hasta los niños. ¿Pueden los capitalistas oponerse a las subidas de salarlos? Se oponen, por supuesto. ¿No pueden evitar esas subidas? Pues inmediatamente suben los precios y todo sigue igual. Lo tienen todo muy bien estudiado.
Un lector de Salvador Euras: ¿Y para qué, en definitiva? Con dinero se puede poseer más de una mujer hermosa, pero no se puede conseguir que nos ame; se puede vestir lujosamente, pero no con elegancia; se puede adquirir una gran obra de arte, pero no sensibilidad para gozarla; se puede llevar al niño a un colegio muy caro, pero no evitar que el niño sea tonto.
Un hombre de la calle: Pues, sin dinero, ya me dirá qué es lo que se puede hacer en una sociedad en la que el consumo...
Un consumidor empedernido (interrumpiéndole); ¡Vaya! ¡Estaba tardando en aparecer la famosa sociedad de consumo! Pero, si lo bueno es no conformarse con lo que se tiene, ¿dónde encontraremos mayores oportunidades para practicar ese inconformismo? La sociedad de consumo nos ofrece cuanto podemos desear.
Un economista con sentido común: Eso no es cierto. Como el consumo se subordina a la producción, y no al revés, lo que se nos ofrece es lo que se produce, nos sea útil o no.
Un hombre libre: Sobre todo, no se nos ofrece la libertad ni la dignidad, ni la justicia. No se nos ofrece la felicidad. Y, sin embargo, son éstas las únicas cosas ante cuya falta no nos deberíamos conformar.
El lector de Tagore: Estas cosas son el único sol de cuya ausencia no nos pueden consolar todas las estrellas.