Héctor Barco Cobalea - Diario de un voluntario
13 de noviembre de 2002: "Un petrolero con 77.000 toneladas de fuelóleo se encuentra a la deriva frente a las costas de Muxía..."
Así empezó todo, el desenlace lo conocemos todos, o eso creemos. Yo fui uno de los miles de voluntarios que fueron a la Costa da Morte, en Galicia.
De eso hace ya algunos años... Seguramente a casi todos nos pase lo mismo que me ocurre a mí, que al recordar este tipo de noticias te acuerdes de cómo eras entonces, cómo pensabas, cómo era tu entorno... Tal vez muchas cosas hayan cambiado pero sigues siendo el mismo de siempre.
Para mí fue una experiencia que me hizo madurar, por fuerza, especialmente cada vez que recuerdas aquello: esas veinte horas de viaje a no se sabe muy bien dónde, durmiendo en las pistas de baloncesto, duchándonos en tiendas militares con una tela que nos protegía del frío gallego, comiendo a las cinco de la tarde.... Pero eras feliz.
¿Por qué?
Allí nunca estabas solo, te sentías más arropado que nunca, la palabra colectivo tomó significado de verdad, al igual que la palabra amistad. Sinceramente, son términos que cada vez se encuentran más prostituidos, en un mundo donde la soledad, el egoísmo y la infelicidad se dan la mano, donde da vértigo ver a tanta gente encerrada en sí mismos.
La sensación de felicidad se palpaba en el ambiente, en cada cosa que hacíamos, cada rato que pasábamos juntos... Nadie olvidará aquello.
Fuimos en autobús pocas semanas después del accidente, desde la Universidad Pablo de Olavide (Sevilla), éramos la primera expedición, como prueba para próximos viajes.
No nos conocíamos casi nadie, pero todo el mundo fue con la intención de aportar su granito de arena para que hubiera un colectivo de verdad, y se notó enormemente. Todos ellos me dieron la lección de buscar, en cualquier aspecto de mi vida, ese entorno favorable que ayuda a que salga a relucir lo mejor de cada persona.
Me dijo un amigo mío que los voluntarios fueron principalmente para rellenar el Curriculum de la Vida (y no vitae). Es cierto, qué se esperaría entonces, ¿quién no habría ido, si tuviera la oportunidad de vivir aquello?. Pienso que lo nuestro no tuvo ese mérito que nos dan a veces: fuimos porque tuvimos esa oportunidad.
Cuando llegamos por la tarde a Muxía, teníamos una idea de a dónde íbamos, de lo que veríamos... Pero lógicamente, cuando te levantas, te pones el traje, y te diriges a la playa.... Lo diferente que es todo: es uno de esos momentos en que la vida te mira a la cara.
Ahí es cuando te das cuenta de verdad del problema que tenemos con la contaminación, del que todos somos partícipes. La visión de aquello por primera vez... Caminabas por la zona y se hundían las botas por completo en el vertido, costaba mucho moverte.
La gente sudó muchísimo, se sacaban "balones" de chapapote cada vez que te agachabas, y lo que más me impresionó fue que la gente apenas se detenía para descansar, eran los propios coordinadores los que les decían que parasen, que no era bueno estar tanto tiempo. Era obligatorio beber mucha agua.
Nunca olvidaré a una compañera arañando con guantes el chapapote en la roca... Una muestra de rabia, de impotencia... Es una sensación triste, pero a la vez preciosa.
La diferencia del estar dentro de la televisión a estar fuera es que estando allí crees que estás ayudando a que todo se solucione, realmente te crees que estás ayudando al mundo, y que el mundo está contigo. Eso es de lo más bonito que se puede sentir.
Aún me acuerdo de la gente de allí, como aquella mujer que nos llevó una olla de café a la playa, de los vecinos de Muxía que te abrían sus casas.. Con una confianza en ti, en lo que haces... Nunca lo olvidaremos.
Espero que aprendiéramos mucho de ese desastre, porque aún se desconoce el precio de todo aquello: de Sevilla fuimos tres amigos con máscaras para ese tipo de situaciones, pero al resto, como la mayoría de voluntarios, lo único que les dieron fue una mascara de papel-cartón y eso con la humedad del viento... No sirvió de nada, si acaso para que se pensara que estábamos más protegidos del fuel.
Eso sí, no sólo los voluntarios se han podido llevar algo de vertido hacia sus casas: Tengo un amigo, cuyo padre fue con palas excavadoras a quitarlo, y en cierto momento, le dieron órdenes de parar de recoger fuel... Que era preferible echar arena encima. Aquello sigue allí.
Eso sí, a vista de pájaro al menos parecerá que todo aquello ha desaparecido. Aún me acuerdo de las cámaras de televisión en los helicópteros afirmando que ya no había rastro del vertido.
Algo similar vivimos cuando cierto día nos llevaron a una playa que parecía virgen, pero fue sólo escarbar y aparecer chapapote. Cuando nos íbamos, me pareció que ensuciamos más de lo que limpiamos.
Al irnos de Muxía, destino Sevilla, lo que más pena me dio fue que no hubiera más gente que hubiera podido vivirlo. Se lo habría recomendado a todo el mundo que pudiera. En casos así es cuando la realidad te pega una bofetada, hace que te des cuenta de lo que estamos haciendo contra nosotros mismos.
Pero con el tiempo me he dado cuenta que no hace falta que ocurran estas catástrofes, que en nuestra propia vida aparecen situaciones que nos abofetean de la misma manera. Pongo como ejemplo los casos de cáncer que aparecen a nuestro alrededor, sin previo aviso, cuya causa se desconoce, pero se intuye que es debido a nuestro propio envenenamiento.
Cuando este mal lo ves en un familiar, amigo, conocido o incluso una persona que viste un día y te enteras que ahora no está, es en esos momentos cuando la vida te mira como me miró a mí, una vez, en la costa de Galicia. Por ello, siempre que aparece en mi vida algún caso de cáncer, me acuerdo de la imagen del vertido en la playa de Muxía.
Al final, la experiencia de todo aquello me dio muchas lecciones. Mereció la pena rellenar ese Curriculum del que me hablaba mi amigo, tienes la tranquilidad de haberte ido con una idea más clara de lo que allí ocurrió. Sin los intermediarios de los medios de "comunicación": conoces el silencio de muchos por las esperadas ayudas económicas, pero también conoces a toda aquella gente que batalló (con todas las letras) por acabar con el chapapote.
Yo estuve un momento, minúsculo, para lo que fue esa lucha, dejé a mucha gente allí, a esos gallegos que día a día "arañaban la piedra", como mi amiga, yendo a la mar con los barcos, ayudando en las cocinas para que pudiéramos comer los voluntarios, gestionando como podían ese auténtico caos... Una pena que ya nadie se acuerde de ellos. Son los auténticos héroes de esa catástrofe.
Esto ocurre porque funcionamos según modas, aquella ya pasó, la camiseta del Nunca Mais está desfasada... Una pena que aquella catástrofe no haya servido como punto de inflexión para. al menos, poner en debate si este sistema de desarrollo económico realmente nos beneficia.
Sólo espero que todo esto me haya podido servir para que, cada cierto tiempo, como hoy, me acuerde de todo aquello y siga recordando aquellas lecciones... que me dio un barco llamado Prestige.