Rafael Poch - La Europa de las estafas sin consecuencias
La Vanguardia, 4 de octubre de 2009
Aunque esperada, la victoria conservadora en Alemania ha causado sensación en España. La promesa electoral de bajar impuestos, imposible de cumplir según el Presidente del Bundesbank, se ha integrado en nuestra politiquería (¿cómo calificarla?) sobre la salida de la crisis, para poner a caldo a José Luis Rodríguez Zapatero por subir el IVA. "Los alemanes bajan impuestos y nosotros los subimos", afirma el comentario mediático español medio. Al lado del verdadero problema de nuestra crisis, el sector ladrillo, esa bufa afirmación es calderilla.
Cuando Zapatero ganó las elecciones por primera vez tenía dos opciones; asumir el "España va bien" de Aznar, o decir la verdad: que aquella bonanza se asentaba sobre la estafa especuladora inmobiliaria, responsable de dejar a las futuras generaciones un país mucho más degradado de lo necesario. Zapatero eligió lo primero. En el cáncer más grave de España, fue continuista con el PP.
La menor degradación paisajística (y una actitud internacional menos retrógrada) era la gran ventaja que España tenía sobre, por ejemplo, Alemania en los años ochenta. Entonces Alemania tenía el 2% de su superficie asfaltada, mientras que España, ventajas del retraso, ofrecía un panorama mucho más desahogado. Pero en los últimos treinta años, España se asfaltó (también intelectualmente, donde cambió su hidalgo quijotismo católico por un cuatro por cuatro pagado a plazos), entendiendo por ello la potenciación desenfrenada de todos los excesos de "infraestructuras" y especulación, hasta lo indecible. Aquella enfermedad que aunó al nuevo rico con el chorizo inmobiliario, apenas fue cuestionada. Los artículos de José Manuel Naredo y otros cayeron en saco roto. A efectos de ladrillo, PP y PSOE fueron partido único. En la periferia nacional, el gran debate, que todavía nos consume, ha sido más bien la discriminación sufrida por Catalunya en este delito ambiental. No hay mejor demostración de la unidad de España que ese discurso autonómico.
En Europa hay pocos ejemplos de países más perdidos en las consecuencias de su propio mal gobierno. Pero, ¿estamos solos?. ¿Es esta sensación de que la vida va por otro lado, patrimonio único de España como nuevo "enfermo de Europa"? Tomemos por ejemplo, el caso de Alemania.
- El debate político alemán es más racional que el español y en términos generales, Alemania está mejor gobernada que España. Alemania no es una "nación de naciones" como España. Desde ese punto de vista es más fácil de gobernar. Por otro lado, los españoles sólo llevan 30 años viviendo en un sistema no dictatorial, la mitad que los alemanes, y, como es natural, aún están definiendo los estatutos de su convivencia para ocupar el espacio de lo que antes se solucionaba mediante imposición dictatorial. Esas son ventajas para Alemania, donde no es necesario discutir sobre esa convivencia nacional/territorial aun en construcción, que en España consume tantas energías.
- El debate alemán sobre la transición energética es más vivo que en España. Ellos tienen un Partido Verde en el Parlamento desde 1983, aunque Alemania tenga menor presencia de energías renovables que España (5,8%, frente a 8,7%) y sus objetivos para el 2020 sean inferiores (18% frente a 20%).
-Por razones culturales, ser ladrón o corrupto está peor visto en Alemania que en España (o Italia).
- En Alemania la vida cotidiana es más ordenada y hay más autoridad – en el peor y mejor de los sentidos. Hay menos vandalismo callejero, más respeto a las normas y más civismo.
Todo eso son virtudes de las que los españoles podrían aprender. Al mismo tiempo, la identificación automática de los alemanes con el Estado, su tradición de "Obrigkeit" y todo eso que históricamente ha castrado todo impulso transformador en Alemania, puede ser más visto como defecto cultural y síntoma de minoría de edad civil que como virtud desde nuestra España, tan confusa y errática en materia de valores. Son culturas muy distintas y aquí caben diferentes enfoques.
Al final, todo esto desemboca en la pregunta sobre las consecuencias políticas de unas elecciones. Políticamente, los alemanes están muy centrados en el manejo del dinero público y ven con desagrado tanto las estafas bancarias como la creciente desigualdad social y la utilización de su ejército en el extranjero. Son dos rasgos de sentido común meritorios, pero no han tenido consecuencia alguna en las elecciones del 27 de septiembre.
En las últimas elecciones había dos pactos de silencio en la clase política, con gran consenso en los medios de comunicación. Uno era sobre Afganistán: había que evitar evocar el problema que para la soberanía popular supone que los cuatro partidos que responden del 90% de la intención de voto se opongan a lo que desea casi el 70% de la población, la retirada. El otro era la pregunta sobre quién pagará los efectos de la crisis, la ayuda a los bancos, los sectores sin futuro, etc.
El primer tema estalló por el desgraciado bombardeo de Kunduz del 5 de septiembre, con decenas de civiles muertos, y que las rencillas entre militares americanos y alemanes logró convertir en escándalo. Los políticos reaccionaron anunciando a regañadientes un amago de "estrategia de salida" que a corto plazo significará, seguramente, aumentar, y no disminuir, el contingente alemán en Afganistán desde los actuales 4.500 soldados hasta 7.000. Eso se ha parecido mucho a una estafa, y los ciudadanos alemanes se la han comido con patatas, igual que nosotros nos comimos el "España va bien" y el "¡superamos a Italia!".
El segundo tema, el de quién pagará la crisis, se ha mantenido en la sombra hasta el final. En lugar de bajadas de impuestos, habrá subidas, y sensibles recortes sociales, de los que en la campaña no se ha dicho ni una sola palabra. La estafa, que la crisis financiera evidenció, ha continuado en la campaña electoral sin el menor incidente.
Sí, la prensa alemana es más plural que la nuestra, sí, la clase política es más racional, el país está mejor gobernado, pero esta es la realidad. Una realidad europea de sociedades carentes de anticuerpos ante los estropicios más evidentes, y de sistemas políticos en los que la opinión pública es engañada como aquellos indígenas con los collares de cuentas y los espejitos. Así son las elecciones "normales" en la Europa de hoy. Y cuando la gente se equivoca, como en Irlanda, se vuelve a votar. ¿Donde está la soberanía?
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