Juan Manuel Grijalvo - El 22, día europeo sin coches

 

(Ultima Hora, 20 de septiembre de 2000)

 

Cuando algo va mal, suele ser buena idea hacer un poco de memoria histórica. Pensando en qué era la cosa antes y en cómo está ahora, uno ve cuándo y por qué dejó de funcionar.

Nuestra especie ha tenido desde siempre una considerable inquietud motora, heredada acaso de nuestros antepasados arborícolas. Aún hoy, nuestros parientes más próximos se pasan buena parte de su tiempo columpiándose de una rama a otra en busca de comida, de congéneres o simplemente de juguetes. Un buen día alguno decidió bajar al suelo, y con eso inventó los viajes para primates. Poco a poco hemos recorrido distancias enormes, hasta colonizar todos los rincones habitables del planeta. Cuando digo habitables hay que entenderlo en un sentido muy amplio. Groenlandia o el desierto del Sahara no son sitios ideales para la vida; sin embargo, hace tiempo que corren personas por ahí. Por supuesto, la inmensa mayoría nacieron y murieron en la misma aldea. Pero bastó que algún espabilado pusiera en marcha el primer vehículo para que ese anhelo insatisfecho de ver mundo y de huir de nosotros mismos se volviera una obsesión.

Los viajes eran peligrosos. Los caminos variaban entre muy malos e intransitables. Uno puede matarse muy eficazmente si va en una diligencia a veinte por hora y vuelca en una curva. Las bestias de tiro no son animalitos de compañía; es más, suelen tener bastante mal carácter. No era infrecuente que mordiesen al personal o matasen a alguno a coces. De manera que los cocheros usaban látigos; eso también era causa de accidentes. Ya ve usted que la cosa no es de ahora.

Por otra parte, las ciudades crecieron, y empezaron a tener problemas de congestión de tráfico y, cómo no, de contaminación. Por, ejem, excrementos de caballo. Si los barrenderos no los hubieran retirado muy activamente, las ciudades se hubieran vuelto un, bueno, lugares insalubres.

Al principio parecía que los automóviles iban a resolver todo eso. No mordían, no coceaban y no había que controlarlos a base de fuerza bruta. Y no producían, ejem, excrementos. A medida que fueron volviéndose más veloces, aumentó la cifra de niños que morían atropellados. Después fue bajando. Podría creerse que los conductores, o tal vez los niños, se habían vuelto más prudentes. Nada de eso. Es que los padres prohibieron a los niños jugar en las calles, que se habían vuelto demasiado peligrosas. Los automovilistas habían expulsado a los niños, y a todos los peatones, de eso que aún se llama la vía pública. Por simple inercia mental, porque se la han apropiado los coches, que son agresivamente privados.

 

 

Con eso hemos perdido todos. Antes las casas eran relativamente pequeñas y baratas de construir, porque sólo eran para dormir. Gran parte de la vida, del comercio, de las relaciones sociales, etcétera, se hacía en las calles. Aún hoy, ir a la plaza sigue siendo sinónimo de ir al mercado. Ahora las plazas han dejado de ser lugares de encuentro para las personas y se han convertido en aparcamientos para los coches.

Ahora en las casas hace falta una sala, el "living room", para matar el tiempo que ya no se puede pasar en la calle. Esta pieza está presidida por ese otro gran invento moderno, lo adivinó usted, por el televisor. Sirve para impedir que los individuos se comuniquen durante ese tiempo que pierden juntos.

El caso es que ahora la gente está mucho más tiempo encerrada entre cuatro paredes que antes. Los hijos no se van de casa hasta que los padres los echan. Igual es que se han acostumbrado a no andar por ahí fuera y ya no saben salir y estar en otro sitio. En cualquier caso, si salen, es en coche. De manera que las calles son todavía más peligrosas para los viejos.

El viernes que viene se celebra en varias ciudades el Día Europeo sin automóviles. Espero que sea un éxito y que se note un descenso en la contaminación atmosférica y acústica. Para mí, lo más interesante de la idea es que los desplazamientos se tienen que pensar y hacer de otra manera, en transportes públicos, en bicicleta o, mire usted por dónde, a pie.

Ya veremos lo que pasa. Quizá resulte que las calles están llenas de coches de padres que van a buscar a sus hijos a la escuela porque las calles están llenas de coches. Quizá ese día descubramos que, en realidad, los niños podrían ir a pie, si no fuera porque un buen número de diligentes madres y padres de familia están al volante para llevarlos al colegio. Sería interesante hacer el experimento en domingo también.

Lástima que sólo sea un día al año. Si toda la demanda de movilidad en esta isla se ha de cubrir a base de automóviles y otros vehículos de tracción mecánica, vale más que nos vayamos a vivir a otra parte...

juan_manuel@grijalvo.com

 

Marta Román Rivas

Cambiar las señales. Seguridad urbana y autonomía infantil -

En la revista Ciclos Núm. 16

 

Movilidad...

Movilidad - Seguridad vial...

Movilidad - Eivissa...

Día sin coches...