Dedicado a L. R. C.
(Ultima Hora, 8 de febrero de 2001)
En este momento la oferta de transporte público en y entre Eivissa y Formentera no resuelve las demandas de movilidad de la mayoría. Se trata de una serie de concesiones administrativas a empresas privadas, que la lógica del sistema obliga a ser rentables. Si no, sus acreedores las liquidan y se acabó. Las administraciones públicas pueden paliar algún déficit con subvenciones. Pero eso tampoco es sano. En este momento existe una demanda insatisfecha de transporte público de calidad, que aumentará en el futuro. Para seguir en el mercado, las empresas han de adaptar sus productos a esa demanda. Todo esto es de cajón.
De momento, no veo yo una reorientación clara de la oferta en ese sentido. Espero que estemos de acuerdo en que es imprescindible. Otro día, si usted quiere, podemos hablar de qué entendemos usted y yo por transporte público de calidad. En mi opinión, tiene que ser un sistema guiado, elevado, eléctrico y automático.
Hoy, si le parece bien, podemos centrarnos en una cuestión previa, a saber, qué tipos de empresa pueden gestionar y administrar el sistema. La respuesta obvia para un servicio público es una empresa pública. Sin embargo, aquí y ahora no me parece factible. Podría explicarle por qué método he alcanzado esta conclusión, pero estoy completamente seguro de que usted, siguiendo sus propios razonamientos, va a llegar al mismo resultado.
Si no puede ser pública, tendrá que ser privada, y explotar una concesión administrativa más, igual que las otras. El Código de Comercio nos ofrece varias alternativas de organización. La más útil es la sociedad anónima, porque nos permite unir los esfuerzos de todos los posibles interesados, sean particulares, empresas o administraciones públicas. Si dependiera de mí, me conformaría con abrir una sucursal del ferrocarril de Sóller. Entre otras ventajas, ahorraría un montón de papeleo. Pero no se puede tener todo en esta vida.
Bueno, supongamos que ya somos suficientes promotores, que fundamos una sociedad anónima y que suscribimos el capital. Tenemos que pedir una declaración de utilidad pública. Cuando nos la den, ya podemos encargar un estudio técnico para determinar qué líneas podemos hacer y exactamente por dónde. Con eso obtendremos las servidumbres de paso necesarias para construirlas. Sólo el estudio ya vale algo así como un millón de euros. Si los socios fundadores no hemos desembolsado ese capital, tenemos que reclutar más.
¿Quiénes pueden sacar beneficios de la idea? Aquí y ahora, para poner en marcha una empresa de transporte terrestre hay que comprar autobuses, pagarlos y, para seguir en el negocio, ahorrar para otros nuevos. Esto hay que hacerlo con bastante frecuencia. En cambio, el material móvil de tracción eléctrica goza de una longevidad envidiable. Los tranvías de Sóller, sin ir más lejos, funcionan desde 1913. Ahora los están reforzando con una serie de veteranos portugueses que ya han hecho millones de kilómetros en Lisboa. Y ya ve usted, se les rebobina el motor, se les da una mano de pintura, se cambia la tapicería de los asientos y ya están listos para hacer unos cuantos millones de kilómetros más. Los dueños de las empresas de transporte que explotan trayectos que nosotros pensemos servir pueden comprar vehículos de Aerobus con lo que pensaban gastarse para renovar flotas. Por otra parte, no creo que la implantación del Aerobus sea tan fulminante como para que los autobuses se acaben de pronto.
Probablemente pagaremos una factura importante de energía eléctrica. Si nuestra iniciativa tiene éxito, podremos "exportarla" a otras islas con problemas de transporte; por ejemplo, a las Canarias. Tal vez alguna empresa generadora de electricidad quiera entrar como accionista en la nuestra. Si los precios del petróleo siguen subiendo, pronto será económico obtener electricidad de fuentes renovables.
Como nuestra clientela viene de todo el mundo, nos hace falta un sistema para cobrar los títulos de transporte con todos los medios de pago del mundo. Lo más práctico es llegar a un acuerdo con una entidad financiera que nos resuelva el "ticketing", y evitar en lo posible el manejo de billetes de banco y calderilla. Lo ideal sería que entrase en la sociedad, porque es mejor pagar dividendos sobre nuestros beneficios cuando los tengamos. En cambio, los créditos devengan intereses que hemos de pagar a cada vencimiento, aunque la cuenta de resultados tarde más de lo previsto en dar números positivos. Yo lo veo como una especie de plan de jubilación. Al principio exige grandes inversiones. A medio plazo, cuando están amortizadas, empieza a dar una rentabilidad modesta, pero constante. A largo plazo, si llega a ser una alternativa real al automóvil, será un negocio seguro porque estaremos ofreciendo un servicio esencial para la mayoría de la población. Para todas esas personas que no tienen carnet de conducir.
Si el Aerobus se consolida, las estaciones serán lugares de paso diario para miles de residentes y transeúntes. La entidad financiera que apueste por nosotros tendrá sus terminales de autoservicio en unas ubicaciones inmejorables. Sólo ese pequeño detalle ya debería bastar para que estudiasen detenidamente nuestro proyecto. Bueno, hoy ya he escrito mucho sobre las posibilidades y no he llegado a tocar los inconvenientes de las sociedades anónimas. Eso, si le parece bien, podemos dejarlo para otro día.