Juan Manuel Grijalvo - Hasta la próxima...

Impacto moral - Perturbación

 

En memoria de aquellos niños.

 

(Proa, 31 de julio de 2000)

 

Si ha leído usted alguno de mis artículos anteriores, probablemente espera que hoy diga algo sobre el accidente de ese autobús que llevaba niños a un campamento de verano. La verdad es que no me apetece ni poco ni mucho hablar de eso. Ha sido, sin más, una desgracia terrible. Han muerto veintiocho personas al mismo tiempo, la mayor parte muy jóvenes. Eso tiene mucho impacto moral. Y no sólo sobre los familiares. También afecta a las personas que han prestado auxilios, a los que conocen a las víctimas y, en alguna medida, a todos los que hemos tenido noticia del desastre. Más si nos recuerda algún caso sufrido en carne propia.

Aunque no se puedan cuantificar los impactos morales en dinero, estaremos de acuerdo en que existen y en que algunos son más grandes que los demás. Supongamos, como hipótesis de trabajo, que este accidente ha tenido veintiocho unidades de impacto moral. A esta cantidad la llamaremos una "perturbación".

Pues mire usted, sólo en el primer fin de semana de julio se mataron cincuenta y una personas en accidentes de tráfico, sólo en este país. En los primeros cuatro meses de 2000 hubo mil seiscientos sesenta y siete muertos. Y cada año están siendo unos seis mil. Dividiendo seis mil entre veintiocho, salen doscientos catorce. Dividiendo de nuevo entre trescientos sesenta y cinco días que tiene el año, resulta que el impacto moral de los siniestros es como si hubiese una perturbación seis días de cada diez. Más de una cada dos días.

Como esas muertes se van produciendo en una especie de goteo, así como repartidas, parece que tengan poca importancia. Pues no. Para todos y cada uno de los familiares y amigos de todos y cada uno de esos seis mil muertos tienen mucha importancia. Pero ya ve usted, sólo necesitan psicólogos si el accidente sale por televisión. Como diría Obi Wan Kenobi, cuando se produce "una gran perturbación en la Fuerza".

No voy a valorar la respuesta de las autoridades. Ni que las cámaras llegaran al lugar de los hechos casi antes que las ambulancias. Ni siquiera esa discutible decisión de los psicólogos de no comunicar a los padres si sus hijos estaban vivos o muertos hasta que llegaron a Soria... en autobús, naturalmente. Sólo voy a decir que a mí me pasó algo parecido y que no se lo deseo a nadie.

Cada vez que hay un caso de éstos así como más espectaculares, la "opinión pública", o sea la opinión publicada, se pone a chillar exigiendo más medidas de seguridad para los autocares, más presupuesto para "mejorar" las carreteras, o penas más duras para los conductores que se salten los límites de velocidad. Y las autoridades hacen esas declaraciones vacías de siempre...

Por ejemplo, la Dirección General de Tráfico invierte nuestro dinero en pagar anuncios que comparan las muertes en carretera con varias catástrofes más o menos naturales. Y acaban pidiendo a los conductores, por favor, que cumplan las normas. Tampoco voy a entrar al trapo de valorar eso. Hágalo usted.

Y la perturbación se va olvidando, como todas las anteriores. Pero el problema de la "seguridad vial", en los términos en que está planteado ahora mismo, no tiene solución posible. Como dice concisamente Agustín García Calvo, la causa está en lo malo y torpe del invento mismo. Nuestros descendientes, "if any", como dicen los ingleses, no entenderán que una parte sustancial del transporte en el siglo XX se haya hecho como se ha hecho. Miles de vehículos grandes y pequeños circulan todos mezclados por el mismo camino. Viajan a más de cien kilómetros por hora, pero las colisiones ya resultan mortales a menos de cincuenta. Especialmente si uno de los objetos que choca es un peatón. Los guía un sistema de control tan poco falible como es un ser humano. Son peligrosos, sucios, ruidosos y carísimos. Parece cosa de locos porque todo esto es de locos.

Y los muertos son sólo la punta del iceberg. Cada año, más de ciento cuarenta mil personas sufren heridas en accidentes de tráfico, la cuarta parte graves o irreversibles, sólo en este país. No sé cuántas quedan incapacitadas, pero ya ve usted que esto se va acumulando. Cada año nos deja con miles de inválidos más. La medicina moderna prolonga la duración física del cuerpo humano, pero no es lo mismo vivir que estar vivo. Ya sabe usted que estas cosas perjudican mucho a los familiares de los afectados directos.

Por eso el transporte del próximo siglo ha de ser ante todo seguro. La idea de que la velocidad es buena "per se" es uno de los grandes errores de esta época que nos ha tocado en suerte. Ha de cubrir las demandas presentes y adaptarse a las futuras sin devorar recursos y suelo. Ha de ser limpio y silencioso. Y económico de construir y mantener. Hoy por hoy, esto requiere que sea eléctrico. Ello implica que circule por una vía propia. Si no puede hacerse a nivel del suelo, ni subterránea, tendrá que ser elevada. De paso resolvemos las comunicaciones de Formentera.

Es posible que el siglo XXI arrumbe los coches. Pero eso sólo sucederá si los que no queremos seguir pagando los costes del actual modelo de movilidad hacemos algo práctico para cambiarlo. Tal vez prefiera usted esperar sentado hasta la próxima perturbación. Que bien puede caerle más cerca...

Por cierto, ¿cuántos euros piensa invertir usted en acciones de la compañía que construirá las líneas de Aerobus en Eivissa?

juan_manuel@grijalvo.com

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